Cada 22 de abril, el Día de la Tierra, nos invita a reflexionar sobre la relación entre la humanidad y el planeta que habitamos. Sin embargo, en este 2025, ya no es posible hablar de un “futuro” climático como si se tratara de un escenario lejano. El cambio climático ya no es una amenaza: es una realidad. Y lo que antes eran advertencias, hoy son constancias científicas, testimonios cotidianos y alarmas encendidas que se repiten desde todas las regiones del planeta. La pregunta que deberíamos hacernos este Día de la Tierra no es si debemos hacer algo, sino si aún estamos a tiempo de transformar nuestra civilización antes de que la Tierra, ya profundamente alterada, nos obligue a hacerlo a su manera.
Un panorama alarmante y la insuficiencia de las acciones actuales
El panorama actual es alarmante. El calentamiento global ha superado temporalmente el umbral de 1.5°C por encima de los niveles preindustriales durante varios meses consecutivos. Este límite, establecido en el Acuerdo de París como un umbral crítico para evitar consecuencias climáticas catastróficas, se está desdibujando ante nuestros ojos. El año 2023 fue el más cálido registrado en la historia moderna, y 2024 lo superó con creces. Las olas de calor, las sequías prolongadas, los incendios forestales y las tormentas extremas no son eventos aislados ni anomalías: son la nueva normalidad.
Pese a las advertencias y compromisos internacionales, las emisiones globales de gases de efecto invernadero no han disminuido. Al contrario, continúan aumentando. La dependencia de los combustibles fósiles sigue siendo estructural en la economía mundial, y aunque hay avances importantes en energías renovables, estos no logran contrarrestar la magnitud del daño acumulado. A nivel global, la deforestación avanza, los océanos se acidifican y los ecosistemas colapsan a un ritmo acelerado. La desigualdad socioambiental se profundiza, y los más vulnerables, quienes menos han contribuido al problema, son quienes más sufren las consecuencias.
Frente a este escenario, debemos reconocer una verdad incómoda pero urgente: ya no basta con hacer ajustes graduales. No será suficiente con políticas climáticas “verdes” aisladas, con transiciones energéticas parciales o con acciones individuales. Lo que se requiere es una transformación profunda de la sociedad, la economía, la política y la cultura. Porque el problema que enfrentamos no es solo técnico o ambiental: es civilizatorio.
¿La transformación es posible?
La raíz del problema es un modelo de desarrollo que ha privilegiado el crecimiento económico a cualquier costo, una cultura basada en el consumo ilimitado de recursos finitos, y una política que actúa con lógica electoral antes que con responsabilidad intergeneracional. Mientras sigamos concibiendo a la Tierra como un recurso que se puede explotar sin límites, cualquier intento de solución será meramente paliativo. La transformación que necesitamos implica cambiar nuestra manera de habitar el mundo, de relacionarnos entre nosotros y con el resto de los seres vivos, de tomar decisiones y de imaginar el futuro.
¿Es posible esa transformación? ¿Podremos como humanidad reconfigurar nuestras prioridades, nuestras instituciones y nuestros estilos de vida antes de que el colapso ecológico nos obligue a adaptarnos por la fuerza? Esa es la gran pregunta que marca este Día de la Tierra.
Hay motivos para la esperanza, aunque no para la complacencia. En diversas partes del mundo surgen movimientos sociales que defienden los territorios, redes de jóvenes que exigen justicia climática, comunidades indígenas que enseñan otras formas de convivir con la naturaleza, y ciudades que apuestan por economías circulares, resiliencia y regeneración. Las soluciones técnicas existen, pero requieren voluntad política y un cambio cultural que las acompañe. La transformación no será uniforme ni lineal, pero puede ser posible si es colectiva, justa y profundamente ética.
Un llamado de acción para todo el mundo
Transformar no significa solo sustituir unas tecnologías por otras, sino revisar nuestros valores, repensar nuestras formas de gobernanza y de cooperación internacional, reconfigurar el sentido del bienestar y de la prosperidad. Significa reconocer que nuestra sobrevivencia como especie está entrelazada con la salud del planeta, y actuar en consecuencia.
Este Día de la Tierra, entonces, no debe ser solo una conmemoración simbólica. Debe ser un llamado a la acción radical, estructural, sostenida. Porque el tiempo se agota. Si no transformamos la sociedad por convicción, lo haremos por necesidad. Si no lo hacemos con cuidado, lo haremos en medio del caos. Y si no lo hacemos a tiempo, quizá no lo podamos hacer en absoluto.
La pregunta sigue en el aire: ¿lograremos transformar la sociedad antes de que el planeta nos transforme a nosotros? No hay una respuesta definitiva. Pero sí hay una certeza: lo que hagamos (o dejemos de hacer) en esta década definirá el destino de las generaciones por venir. Hoy, más que nunca, el futuro está en nuestras manos. Y el momento de actuar es ahora.
Por: Dr. Luis Fernández Carril
Gerente Académico de Sostenibilidad
Tecnológico de Monterrey