“Ya no estamos en la «sociedad de consumo», sino en la era del hiperconsumo, una nueva fase histórica del capitalismo de consumo”, menciona el filósofo y sociólogo Gilles Lipovetsky en una conferencia[1] en donde explica las dinámicas de consumo en los años cincuenta, los ochenta y el momento actual, y en donde define hoy al hiperconsumismo como una mercantilización exponencial de la experiencia y los estilos de vida. Hoy en día podemos consumir y tener más porque existen más opciones, más variantes, más marcas de un producto gracias a la globalización. Es así como el consumo de bienes y servicios se ha vuelto sinónimo de progreso, de crecimiento, de economía fuerte basada en indicadores de riqueza económica nacional como el PIB.
Y es que actualmente, al tener un amplio abanico de opciones de productos, servicios y actividades de ocio, parece sencillo pensar que esto representa progreso al crecimiento económico y en cuanto a un mejor aprovechamiento de los recursos disponibles en la Tierra. Sin embargo, esto en realidad está representando un desafío para el medio ambiente.
El hiperconsumismo, o esta tendencia inmoderada de adquirir bienes y productos que no necesitamos, podría estar causando más daño ambiental del que creemos. Tendemos a caer en el consumismo por el estatus que adquirir ciertos bienes nos da, o como terapia para compensar vacíos emocionales, o bien por la frecuente exposición a las grandes campañas de mercadotecnia de la industria comercial, a la moda rápida y las tendencias fugaces impuestas por las redes sociales. Tener más no me hace más feliz, o al menos no al largo plazo, pero sí está mermando los recursos naturales que se tengan disponibles en el futuro. Seguir creciendo como si la capacidad de la Tierra fuera infinita no representa un consumo responsable.
Comprar un par de zapatos más, ¿en que afectaría a la economía o a la sociedad? Si el producto se ciñe a las reglas de comercio justo, lo cual implica producir y comprar productos que hayan sido creados con procedimientos sostenibles, ambientalmente respetuosos y bajo condiciones laborales justas, no tendría por qué haber una afectación significativa.
Un análisis realizado por el Instituto Tecnológico del Calzado y Conexas (INESCOP) en 2020[2], con el propósito de medir el desempeño ambiental del calzado mediante Análisis de Ciclo de Vida, indica que la extracción de materias primas y su procesamiento para crear los componentes del calzado, es la etapa que aporta mayor carga al ciclo de vida del producto. La extracción y procesamiento de materias primas tienen el mayor impacto debido a que muchos tenis de marca utilizan materiales sintéticos derivados del petróleo, como poliéster, EVA[3] y caucho sintético, que no son fácilmente biodegradables y tardan hasta 200 años en descomponerse. Siendo así que unos tenis casuales, o sneakers, contribuyen a una huella de carbono de 13.3 Kg CO2 equivalentes, unidad de medida de la categoría de impacto de Cambio Climático (GWP 100) que actualmente es la forma más común de medir el impacto ambiental de un producto, de acuerdo con el análisis realizado por el INESCOP.
Conocer el impacto ambiental de un producto, sea mediante su huella de carbono, o su huella hídrica, por ejemplo, nos permite tomar decisiones informadas y más conscientes a la hora de adquirir un producto. Eso es poder. Sin embargo, como consumidores también nos enfrentamos a limitantes como falta de información o claridad en cuanto a la cadena de producción y destino final de un bien, falta transparencia en el mercado por parte de los productores. Hay barreras que aun falta descifrar y romper para poder moldear el sistema económico a uno más sostenible.
Retomando la pregunta inicial de si realmente necesito otro par de zapatos, probablemente la respuesta políticamente correcta sea sí, si la compra de un par de zapatos nuevos se hace de manera consciente, pensando en un uso adecuado, por ejemplo, para verme más presentable en una entrevista de trabajo, para poder ir a la montaña de manera cómoda y segura, o para apoyar a aquella amiga que vende productos por internet para sostener a su familia; y no solamente por la satisfacción inmediata que su compra nos generará. O quizá la respuesta más equilibrada sea “no en este momento”, considerando que los otros 5 pares de tenis similares aun no cumplen con su ciclo de vida, que aún están en buen estado y considerando los recursos que se consumieron para crear este producto y el impacto que esto tuvo en el deterioro ambiental del planeta que habitamos. Pero no se trata de satanizar el consumo, sino no de volverlo una práctica reflexiva. Adoptar diferentes medidas en nuestros patrones de consumo y estilo de vida con el fin de disminuir el daño ocasionado al planeta y sus consecuencias socioambientales es una forma de consumo consciente. Prácticas como el intercambio de productos, su reparación en lugar de desecharlos ante el primer desgaste, el rehúso mediante la compra de artículos de segunda mano, y la búsqueda y la preferencia de elegir marcas conscientes, son algunas buenas prácticas que podemos comenzar a adoptar. Si hay disposición de la sociedad por implementar cambios, es imperante que también haya las condiciones adecuadas en el mercado para acceder a opciones más respetuosas con el medio ambiente; ya que la decisión de compra también esta influenciada por la oferta, los precios, la calidad de un producto, e incluso el estatus que un producto puede dar.
Implementar un consumo consciente no es solo cuestión de una decisión individual o aislada, si no que conlleva retos diversos como un costo elevado de los productos sostenibles comparado con aquellos producidos de manera convencional, su disponibilidad y accesibilidad ya que no siempre es fácil encontrar productos sostenibles en próxima al área geográfica donde nos encontramos. La falta de tiempo para indagar e informarse de distintas alternativas conscientes es otro factor que limita o defina nuestra forma de consumir.
“El consumo es necesario para el desarrollo humano cuando amplía la capacidad de la gente y mejora su vida, sin menoscabo de la vida de los demás” puntualiza la escritora sudafricana, Premio Nobel de literatura y embajadora de buena voluntad del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Nadine Gordimer[4]. El equilibrio debe estar entonces en un consumo consciente, sin caer en los hiper-excesos. No se trata de crear un resentimiento hacia aquellos (o nosotros mismo) que adquieren bienes más allá de lo necesario para tener un estilo de vida cómodo, si no de incentivar el consumo informado, una mentalidad grupal crítica a la hora de decidir sobre nuestros hábitos. Que el hábito del consumo se vuelva informado, proactivo, ético y de bajo impacto ambiental, es decir consciente.
Por: Marlene Lagunas Herrera
Ingeniera en Desarrollo Sostenible
marlagherr@gmail.com