Cuando estaba por graduarme de la universidad, mi principal interés era convertirme en investigadora. Buscaba cuál sería la mejor opción dentro de mis posibilidades y estaba especialmente intrigada por la idea de aplicar a un programa de doctorado directo en biomedicina.
Yo soy ingeniera en biotecnología, con una concentración en biología molecular. Por al menos tres años, después de pasar las materias del tronco común, mi día a día era estudiar y hablar sobre ADN, sobre ingeniería genética, proteómica, enzimas y bioquímica. Me encantaba y me sigue encantando.
Entonces, para mí, el plan era lógico. Tal vez no era la persona más habilidosa en el laboratorio, “pero para eso es el posgrado”, pensaba, para ser felizmente una esclava de la autoclave, las centrífugas y las pipetas. Le pedí consejos a algunos de los profesores que más admiraba, segura que me animarían a seguir el camino de la academia.
Fue gracioso encontrar que la gran mayoría me dijo: “cuatro años es demasiado tiempo. Puede pasar de todo.” ¡Gracioso porque estaba por salir de una carrera que me había costado casi seis! ¿Qué eran cuatro años más? Uno de ellos me dijo que no era el tiempo en sí, sino el momento de mi vida en el que estaba por aventurarme: la vida después de la universidad. Yo no entendía por qué era algo tan importante (y que nadie realmente me sabía describir) como para que me recomendaran “que realmente evaluara si el posgrado directo era lo que de verdad quería”.
“Trabaja un par de años, como mínimo, y evalúa si después de eso aún quieres hacer investigación.”
Debo de admitir que seguí ese consejo a regañadientes; sobre todo porque yo ya trabajaba, tiempo parcial. Recogí mi título en diciembre del 2019 y en enero del 2020 yo ya estaba trabajando en un programa especial dentro mi alma mater: el Tec de Monterrey.
Afortunadamente quedé en un área que yo consideraba mi “otro amor”: impacto social y desarrollo sostenible. No era algo separado de mi carrera, si yo quería ser investigadora era en parte porque deseaba curar enfermedades o acercar tratamientos biológicos a menor costo a las personas que lo necesitaban. Me gustó el área para pasarla bien, “poner mi granito de arena”, aprender y esperar esos dos años antes de irme al posgrado, tal y como lo tenía en mi plan original.
Los meses “normales” del 2020 fueron solo dos y medio, y, en retrospectiva, fue un periodo increíblemente corto pero de muchísima actividad y aprendizaje. Estaba viendo en tiempo real cómo mis habilidades como ingeniera tomaban vida y hacían realidad proyectos que no eran precisamente protocolos de laboratorio. Estaba emocionada por iniciativas venideras, una de ellas justo sobre temas de sostenibilidad… cuando llegó la pandemia.
Uno pensaría que pasar por una crisis mundial debido a un virus me haría extrañar el ejercicio de mi carrera. Me pasó tal vez el primer mes de la pandemia y después, el mismo trabajo, me fue abocando al tema de cómo, desde la universidad, podíamos ayudar a la sociedad a hacer frente a esa crisis más allá de los canales obvios, como lo podía ser la atención médica y la investigación.
Ahora veo que ese fue mi primer acercamiento formal a entender el rol social de la universidad. Ese que es ancla en comunidades, convoca, comparte recursos, conocimiento, crea programas de apoyo directo e indirecto y se alía con otros sectores para potenciar el impacto lo más posible. En lo que quedó del 2020 y más allá, se crearon de manera exponencial muchos proyectos e iniciativas que buscaban brindar alivio a algún efecto de la pandemia en nuestra ciudad y en nuestro país, que genuinamente la pasó muy mal. Todos queríamos ayudar, desde nuestra trinchera, a aliviar el dolor de las pérdidas humanas, experienciales y materiales. No importaba la disciplina, todos encontramos la manera de aportar.
Sin saberlo, todo lo anterior me estaba preparando para Ruta Azul.
En abril 2021, aún inmersos en la pandemia, aunque con la promesa de vacunas cada vez más cerca, lanzamos el Plan de Sostenibilidad y Cambio Climático al que después llamamos Ruta Azul. En ese momento yo no formaba parte del equipo formal del plan, pero sí seguía el esfuerzo muy de cerca porque compartíamos liderazgo, aunque yo me mantenía en la trinchera del COVID y otros proyectos de coordinación.
En 2022 me integré al equipo de gestión y en 2023 me convertí en la project manager de Ruta Azul.
Hoy, a diciembre del 2025, no puedo evitar mirar hacia atrás con bastante emoción, pues estamos por concluir esta primera etapa de nuestro plan de sostenibilidad. Llegamos a nuestro primer horizonte de objetivos y metas que en aquel caótico 2021 me parecía muy muy lejano.
Más que contar lo que hemos logrado (eso lo verán próximamente en nuestro reporte), quería hacer un recorrido personal de estos últimos cuatro años. Ese mismo periodo que, alguna vez, un profesor me dijo que era demasiado tiempo y en el que podía pasar de todo.
Puedo ver ahora la razón que tenía, porque sí: ha pasado de todo.
Pasó que me enamoré de la acción climática. Cambié totalmente mi enfoque personal y profesional porque rápidamente tuve claro, que, si tenía que poner mi tiempo, mi conocimiento y mis capacidades al servicio de algo, tenía que ser en esto; justo como otros habían decidido hacerlo en épocas de COVID. Poco a poco fui descubriendo que mi vocación y talento era en construir espacios y herramientas para que más personas hicieran lo que sabían hacer mejor y enfocarlo en encontrar soluciones e iniciativas para enfrentar la crisis climática. Liderazgo y estrategia le llamamos por acá. Sé que es algo en lo que apenas me voy entrenando y en lo que quiero mejorar día a día.
Cambié mi idea de posgrado en un laboratorio de biotecnología por un posgrado en políticas públicas, el cual estoy terminando justo este mes, pensando en que necesitaba encontrar las herramientas para llevar la acción por el clima a mi comunidad, a mi ciudad, a mi país y de una manera permanente. Estoy tan emocionada de hacer que esto suceda.
Este breve artículo lo escribí bajo la necesidad de hacer un “reporte” de los últimos cuatro años, pero desde otro punto de vista: sobre la vocación y el llamado que llega de pronto, como un tsunami; sobre la gente brillante que conoces y que te cambia la perspectiva de todo; de los aliados que encuentras en los lugares más inesperados y de los mentores y mentoras que comparten contigo de una manera conmovedoramente generosa.
Agradezco con mucho cariño a todos mis compañeros y compañeras con los que he compartido esta trinchera en este periodo. Somos un equipo increíble.
Se que la próxima etapa de Ruta Azul, al 2030, estará también pavimentada de muchas experiencias retadoras, cansadas, ecoansiosas, curiosas e increíbles.
No puedo esperar.
Por: Por: Sandra Estelí Reyes Vásquez
Ing. en Biotecnología con mestría en administración pública y políticas públicas
Tecnológico de Monterrey
Project Manager Ruta Azul - Plan de Sostenibilidad y Cambio Climático
Sandra.reyes@tec.mx